Tú no eres tú, mi hermano y campesino:
tú eres nadie y tu ira, facultada
de manejables arcos acerados.
A tu manera faltas sosegada,
a tu amor y destino,
veterana asistencia de los prados.
Cornalón por la hoz, áspero sobre
la juventud del vino,
apacientas designios desiguales;
dices a Dios que obre
la creación, del campo solo y mondo,
¡tú!, que has sacado a Dios de los Trigales
candeal y redondo.
Pides la expropiación de la sonrisa
y la emancipación de la corriente
—¡lo imposible— del río.
Dejas manca en los árboles la brisa,
al ave sin reposo ni morada,
con el hacha y el brío.
Escaso en todo y abundante en nada,
el florido lugar de regadío
se torna de secano.
En nombre de la espiga, te conjuro:
¡siembra el pan! con esmero.
Día vendrá un cercano venido
en que revalorices la esperanza,
buscando la alianza
del cielo y no la guerra.
¡Tierra! de promisión y de bonanza
volverá a ser la tierra.
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