domingo, 15 de septiembre de 2013

Comentario a “El artista”

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  Escribiendo la reseña a El retrato de Dorian Gray, después, y antes rellenando la entrada sobre Amor Intellectualis, me ocupó la mente otra obra de Oscar Wilde: El artista.
   El artista es un microcuento de poesía en prosa que traza una alegoría genuina gracias a la imagen del propio “artista”, quien labra el bronce para cambiarle la forma tosca y amarga por una deleitosa y bella. Se encierra en la alegoría un tallar mucho más intenso que el del artista: el del alma que quiere vencer al dolor.

   Quería sólo apuntar que El artista fue una de las primeras piezas líricas que tuve el placer de disfrutar. No de leer, ni de oír, pero sí de disfrutar. Y lo hice gracias al único profesor de literatura realmente válido que he tenido (los profesores, especialmente los profesores de literatura, son geniales o inútiles; no los hay mediocres). Este agradecimiento es el único propósito del comentario.

RGV.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Oscar Wilde, “El artista”

   Una tarde le vino al alma el deseo de dar forma a una imagen del “Placer que se posa un instante”. Y se fue por el mundo a buscar bronce, pues sólo el bronce podía concebir su obra.
    Pero había desaparecido el bronce del mundo entero; en parte alguna del mundo entero podía encontrarse bronce, salvo el bronce solo de la imagen del “Dolor que dura para siempre”.
   Era él quien había forjado esta imagen con sus propias manos, y la había puesto sobre la tumba de lo único que había amado en la vida. Sobre la tumba de lo que más había amado en la vida y había muerto había puesto esta imagen hechura suya, como prenda y señal del amor humano que no muere nunca, y como símbolo del dolor humano que dura para siempre. Y en el mundo entero no había más bronce que el bronce de esta imagen.
   Y tomó la imagen que había formado y la puso en un gran horno y se la entregó al fuego.
  Y con el bronce de la imagen del “Dolor que dura para siempre” esculpió una imagen del “Placer que se posa un instante”.

Daguerrotipo de Wilde

domingo, 25 de agosto de 2013

Juan Ramón Jiménez, “Platero y yo, capítulo II: Mariposas blancas”

   La noche cae, brumosa ya y morada. Vagas claridades malvas y verdes perduran tras la torre de la iglesia. El camino sube, lleno de sombras, de campanillas, de fragancia de hierba, de canciones, de cansancio y de anhelo.
   De pronto, un hombre oscuro, con una gorra y un pincho, roja un instante la cara fea por la luz del cigarro, baja a nosotros de una casucha miserable, perdida entre sacas de carbón. Platero se amedrenta.
   —¿Ve algo?
   —Vea usted... Mariposas blancas...
   El hombre quiere clavar su pincho de hierro en el seroncillo, y no lo evito. Abrió la alforja y él no ve nada. Y el alimento ideal pasa, libre y cándido, sin pagar su tributo a los Consumos...

Fotografía de Juan Ramón Jiménez