domingo, 18 de enero de 2015

Jalberto Mesas, “El amigo indiscreto”

No salgo mucho. La verdad es que tampoco hablo mucho, de hecho, se podría decir que no hablo. Vivo solo, en un bloque de pisos de Madrid. Tengo bastantes vecinos pero no tengo mucho contacto con ellos aunque suelo verlos todos los días por la ventana de mi casa.
Mi casa es muy pequeña, se podría decir que es muy acogedora, asfixiantemente acogedora, pero no me quejo, ni siquiera elegí esa casa; tampoco tiene mucha luz, sólo una gran ventana en la estancia principal. Porque mi casa es una especie de loft con las cuatro paredes de la estructura principal, sin estancias separadas por más paredes, donde todo está a mano, aunque últimamente apenas queda espacio libre. 
No tengo demasiados muebles, se podría decir que únicamente vivo entre papeles. Los papeles, por decirlo de algún modo, son mi vida, el motivo por el que estoy vivo; pero tampoco eso me disgusta.
No recuerdo haber vivido antes en ningún otro sitio. La única persona con la que tengo contacto, o mejor dicho, lo tenía, es Martín, Martín Fáñez Gascón que es como se llama. Tengo relación con él porque dejan sus cartas en mi casa. No sé por qué ocurre eso, sólo las dejan allí y él solía ir periódicamente a recogerlas. Yo creo que Debe de tratarse de un error, pero lo cierto es que nunca me ha importado que eso ocurriese.
Martín tiene una llave de mi casa, es muy curioso porque yo no recuerdo haberle dado ninguna llave, pero la tiene y cuando quiere va y recoge sus cartas.; bueno, ahora ya no va a recogerlas pero de eso les hablaré más adelante. Martín era mi única visita y no duraba mucho; entraba, cogía sus cartas y se marchaba. Nunca se ha quedado a charlar, creo que intuía que a mí no me gusta hablar demasiado. Solía ir por la mañana, aunque a veces parecía habérsele olvidado y se apresuraba a recoger su correo por la noche, antes de irse a dormir.
Haciendo memoria creo que Martín y yo no hemos hablado nunca. Él a veces entraba murmurando algo, a veces incluso tarareando alguna cancioncilla, pero no hablábamos. Yo tampoco le he dicho nunca nada, nos  habituamos a ese contrato social discreto y silencioso. Las cartas de Martín llegaban a mi casa y Martín entraba a por ellas cuando quería, sin preguntas, sin conversaciones absurdas sobre el clima; sólo las cogía y se marchaba mirando quién se las enviaba.
A mí nadie me envía cartas, es irónico, ¿verdad?, nadie me envía cartas y sin embargo a mi casa llegan las de otra persona. Creo que no tengo familia, quizá por eso nadie me escribe. Pero eso es algo que no me quita el sueño. Que yo recuerde siempre he vivido solo, así que, ya estoy más que acostumbrado.
A Martín nunca le han escrito mucho, la verdad. No crean que soy un cotilla pero suelo mirar quién le escribe. Tampoco es muy difícil evitarlo, ya les he dicho que mi casa es muy pequeña y que vivo rodeado de esas cartas, sobre todo ahora. Esas cartas son el único acontecimiento importante que me sucede cada día y es muy difícil que no me interese por examinarlas.
Lo cierto es que los días para mí son demasiado largos. Me aburro sobremanera en casa todo el día, yendo de aquí para allá y esperando a que llegue la correspondencia, la de Martín, claro. 
No quiero que crean que debido a mi soledad y mi aburrimiento, a mi vida sedentaria y ermitaña, necesito curiosear en las vidas de los demás para sentirme a gusto; es sólo que sus cartas llegan a mi casa y yo sólo les echo un vistazo para distraerme, un vistazo superfluo e inocente, sin manosearlas ni ponerlas al trasluz para intentar descubrir su contenido, ni siquiera he intentado abrirlas con vapor o con alguno de esos trucos que aparecen en las películas de espionaje para leerlas y después cerrarlas como si no hubiese pasado nada.
Esas cartas suponían todo el diálogo que existía entre Martín y yo. Era la manera indirecta que teníamos de comunicarnos; él me contaba cosas de su vida cotidiana a través de esas cartas. Así, por ejemplo, sé que pertenecía al Círculo de Lectores porque periódicamente recibía catálogos con las últimas novedades literarias. También sé que compraba habitualmente vinos a través de internet o en qué entidad financiera tenía su dinero. Ese tipo de detalles que la gente confiesa en cordiales conversaciones de ascensor o mientras toma un café, Martín me las decía silenciosamente y sin pretenderlo, al menos no demasiado, mediante su correspondencia diaria.
Recibir esas cartas era la misión de mi vida y mi vida se limitaba a una carta y la siguiente, lo que sucedía entre una carta y otra es incierto, nebuloso, como volutas de un vapor espeso frente a la inerte indiferencia de mis ojos.
Mi casa era la ventana entre Martín y el mundo exterior. Martín tenía su vida y desde la oscuridad de mi casa, alguien desde algún sitio le decía algo. Aunque a decir verdad, aún siguen diciéndoselo pese a que Martín no pueda recibirlo; pero de eso les hablaré luego. Mi casa es ese lugar oscuro y misterioso donde aparecen casi por arte de magia los distintos aspectos de la vida de Martín; yo no tengo nada que ver con él, mi casa no tiene nada que ver con él y sin embargo es desde ahí desde donde el exterior se comunica con Martín. Las cartas aparecen y Martín las recogía y a eso es a lo que se reduce el mundo, alguien escribe algo y otra persona lo recibe.
Suelo mirar bastante por la abertura de la puerta de mi casa. Paso horas mirando por ahí. No suele ocurrir nada particularmente interesante, la verdad, pero no tengo nada mejor que hacer así que, miro por la rendija de la puerta.
El tipo del segundo sale todos los días antes de las ocho, supongo que para ir a trabajar y todos los días maldice el sueño que tiene y se promete no irse a dormir tan tarde la noche siguiente, pero por la mañana vuelve a maldecir y bostezar. La chica del tercero y sus hijos suelen bajar en tropel quejándose por lo terriblemente tarde que es y rogando que el autobús aún no haya pasado. Esos críos son hiperactivos, no paran de saltar por las escaleras, de pelear entre ellos y de cantar canciones de los dibujos animados que su estresada madre les pone mientras desayunan; incluso después de un maratoniano día de colegio y actividades extraescolares, llegan a casa dando los mismos saltos y cantando las canciones con la misma energía con la que lo hacen por la mañana.
Aunque las mañanas son intensas, el resto del día suele transcurrir con total tranquilidad. El silencio reina en la comunidad, que es bastante apacible y sosegada y no suele ocurrir nada fuera de los típicos y cotidianos episodios domésticos que cada mañana alborotan los portales.
Algunos fines de semana escucho el estruendo que en la calle forman grupos de jóvenes que vuelven de fiesta de madrugada. La verdad es que no duermo mucho y suelo escuchar esas cosas. Una vez oí ruido dentro del portal y por la apertura de la puerta observé cómo dos sombras avanzaban torpemente por la oscuridad del pasillo y se sentaban al pie de la escalera. Eran un chico y una chica, intuyo que jóvenes y escuché atento cómo charlaban en voz baja. El joven parecía nervioso y hablaba muy rápido mientras que la chica escuchaba riendo de vez en cuando. Luego se hizo el silencio y comprendí que se estaban besando; sonidos húmedos y respiraciones agitadas se apoderaron de aquel descansillo y a los pocos minutos y sin decir aún ni una palabra se levantaron y se marcharon. Yo nunca he salido con nadie, creo que nunca he tenido oportunidad de hacerlo.
También solía observar a Martín cuando recogía las cartas de mi casa. A veces se quedaba en el rellano sentado leyendo alguna, en las que la dirección estaba escrita a mano. En el remite pude observar que le escribía con mucha frecuencia una tal Irene que debe ser su novia, creo que no es nadie de su familia porque no tiene apellidos en común con Martín. Una vez vi cómo Martín lloraba desconsoladamente mientras leía una carta de Irene y desde aquel día, Irene no le ha vuelto a escribir nada más. Lo cierto es que tras aquello Martín estaba más alicaído de lo habitual; ya les he dicho que no recuerdo que Martín y yo hayamos cruzado nunca ni una sóla palabra, pero tras la última carta de esa mujer iba a recoger su correo cabizbajo y taciturno.
Las únicas cartas que Martín recibía que no fuesen del banco o de las asociaciones a las que estaba inscrito eran de Irene.
Tampoco he visto a Martín salir nunca por la noche y llegar de madrugada con clara apariencia de haber estado de fiesta durante toda la noche como los jóvenes del ático, que todos los fines de semana se ponen sus americanas y sus camisas sin corbata, cruzan riendo el portal y luego llegan, en ocasiones cuando ya ha amanecido, con notables caras de cansancio; pero Martín, que yo recuerde, nunca ha hecho eso.
Creo que Martín llevaba una vida solitaria y eso me quedó patente con el “incidente”. ¡Ah, es verdad! aún no les he hablado de eso. En realidad es el final de la historia, lo cierto es que no sé por qué les estoy contando todo esto, es probable que la vida de Martín les importe un carajo. Pues bien, el incidente sucedió hará unas cinco o seis semanas. Martín llevaba cuatro o cinco días sin bajar a mi casa a recoger su correspondencia. El primer día no me extrañó ya que les he dicho que a veces se le olvidaba y luego iba al día siguiente a por ella. Pero pasó el segundo día y Martín tampoco bajó a por sus cartas. He de confesar que eso me alarmó un tanto, pues durante años Martín no se había descuidado más de un día en recoger sus cartas.
Me planteé la posibilidad de que se hubiese ido de viaje, incluso al cuarto día consideré que era probable que se hubiese mudado, pero deseché esa posibilidad ya que si se hubiese ido, al menos hubiera recogido sus últimas cartas en esa dirección. Así que las cartas fueron acumulándose en mi casa y Martín seguía sin dar señales de vida. Un viernes por la tarde escuché un gran jaleo en la calle, se escuchaban muchos motores encendidos por lo que me asomé deprisa a la rendija de la puerta de mi casa y acto seguido señores con bata, señores con una camilla y cinco o seis señores con el uniforme de policía irrumpieron en el edificio con gran estrépito.
Al cabo de un rato en la camilla y cubierto con una sábana yacía un bulto. La confusión me puso bastante nervioso ya que no conseguía entender qué estaba ocurriendo. Escuché con atención las palabras de los señores con bata y el corazón me dio un vuelco cuando le dijo a uno de los policías: 
—Con razón se quejaban del hedor los vecinos, éste tío lleva muerto por lo menos una semana. ¡Menuda estampa!, había roto el techo del baño y se había colgado de una de las tuberías. ¿Sabemos ya quién es?.
—En la cartera que hemos encontrado en su mesilla figura como Martín Fáñez Gascón. Dijo el policía.
No podía dar crédito a lo que aquellos hombres decían, no sabía nada de la vida de Martín, pero me estremeció que su vida acabase de esa manera. Aunque sólo puedo teorizar sobre la más que demostrada miserable vida de Martín, no puedo más que especular acerca de las razones que lo llevaron a acabar con su vida en la soledad de un estrecho cuarto de baño y por supuesto, sólo puedo elucubrar porque al fin y al cabo yo sólo soy su buzón. Así que, ¿qué puedo decirles yo?. Solo estoy seguro de que yo vivía mientras Martín tenía vida y la prueba de que Martín estaba vivo eran sus cartas. El mundo tenía constancia de su existencia y le escribía y yo vivía de esa existencia tan ajena a mí. Pero ahora que Martín no vive, yo también he perdido la vida.
Las vidas, por tanto, son banales, irrelevantes, las vidas no tienen importancia alguna, las vidas están vacías como los besos rápidos de aquellos adolescentes en la oscuridad  de la incómoda escalera.
Todas las vidas empiezan igual y todas las vidas terminan igual. No importa si una vida es intensa y llena de acontecimientos o aburrida hasta la extenuación, da igual si es breve u octogenariamente larga, eso no importa, todas comienzan de la misma manera y acaban del mismo modo. Esto hace que lo que pasa en el período intermedio no sirva absolutamente para nada. Un niño huérfano de las favelas de Brasil nace del mismo modo que el heredero de un poderoso aristócrata al igual que un importante empresario muere de la misma forma que el más miserable de los mendigos. Vivir no significa nada y por lo tanto, la vida no merece la pena ser vivida.

Autores hodiernos

miércoles, 7 de enero de 2015

«Quemando el pasaporte en el mentidero», una charla con Dani Vila

El 2014 murió matando: a través de Twitter me enteré de que El Yugo Eléctrico de Alicia había tomado la irrevocable decisión de dar fin a su andada el 31 de diciembre. Primero lo tomé con rabia y después con resignación; además de ser asiduo lector del blog, ver cómo proyectos no sólo válidos sino virtuosos se mueren, cesan o abandonan me saca de mis casillas. Así que me comuniqué con uno de sus miembros, nuestro bienvenido compañero Dani Vila, e intercambiamos conversaciones a tres bandas (una por cada medio de mensajería instantánea que teníamos a mano) durante días. Los dos estuvimos de acuerdo en dar representación a esta charla condensándola en un formato de entrevista, que en realidad hace referencia simplemente a las palabras que se regalarían dos amigos en la mesa de un bar de copas.

1. El Yugo Eléctrico de Alicia dice basta. ¿Por qué?

Por agotamiento y sinceridad para con nuestros lectores. Miento si digo que no lo siento pero, igual, he sentido una gran liberación personal al enterrar el hacha de guerra. Desde el '12 pertenecer a esta agrupación ha sido un verdadero calvario: demasiada lucha, suficiente desierto.
Verás, el pasado mes de julio su fundador, Carlos Domínguez, y Servidor de Nadie viajaban hacia Tarifa con el firme propósito de disfrutar de unas merecidas vacaciones y, si sonaba la flauta, reordenar buena parte del material teatral del último año. Conversamos, discutimos y nos abandonamos a partes iguales. Tras sobrevivir a tan disparatado periplo decidimos darnos un tiempo para reflexionar. Así pues, la tarde del 15 de noviembre, tomando en la Plaza de San Antonio, Cádiz, un café largo sutilmente salpicado con brandy jerezano, tomamos la calle de enmedio: enterrar el proyecto.
No fue un drama: para lograr ser un héroe hay que tratar de pasar largas temporadas en silencio. Además, se acercaba la navidad y estas fechas tan señaladas nos hacen vomitar si el misántropo que llevamos dentro anda suelto.
Acaso todo valga si algún día alguien nos agradece de corazón el trabajo hecho.

2. El propio Yugo decía en Twitter: «esto no es un adiós, sino un hasta nunca». La rotundidad era clara, pero ¿cuánto había de certeza y cuánto de estrategia?

Nunca perdemos el sentido del humor. Tal vez sea algo congénito: el andaluz se encoge de hombros ante lo más grande y suelta irónico: «sea de Dios».
Nosotros ya nada hemos fundado, ni siquiera un hogar.

3. Y en esa calma de conversación, ¿hablasteis Carlos y tú sobre lo que está por venir? ¿Tenéis una próxima flor, o el cierre de El Yugo es algo definitivo en cuanto a la escritura de blogs conjuntos?

Digamos que, y con esto espero no ofender a nadie, la aventura bloguera nunca fue para nosotros un aliciente: la Red crepita inundada por niñatas pijas que sueñan ser vampiresas freaks, pajeros acomplejados que tardan años en acabar sus ingenierías o cuarentones desesperados por conocer gente y, con ellos, repletar de fotos sus perfiles 2.0. Por supuesto que existen honrosas excepciones; es más, proliferan gente magnífica que hacen y deshacen. Y, claro, el enlace es el mayor invento revolucionario del hipertexto. No obstante, uno de nuestros sueños de adolescencia nunca fue abrir un blog.
Resulta paradójico y cansino que nos relacionen a ambos por El Yugo. Carlos y yo nos conocimos hace años. Tantos que ni siquiera nos acordamos de ello. Teníamos cantidad de amigos comunes y nuestras leyendas nos precedían. Recordamos varias noches en un pub extinto de nuestra ajada ciudad natal. Allí se disfrutaba de un ambiente inmejorable: corría el alcohol de importación y se pinchaba música exquisita -moderneces a parte-. Habrían de pasar algunos años, abandonar las calles y ciertos garitos para reencontrarnos en una agrupación teatral. Allá, sin previo aviso, conectamos a través de la altanería ilustrada, la ironía y la certeza soleada de la alegría única que anhela desprenderse de la tristeza más húmeda. Nos hicimos algo más que simples conocidos simpáticos o, inclusive, compañeros. Nos hicimos amigos.
El 26 de diciembre del 2010, recién aterrizado de Madrid, volvimos a tropezar entre sendas camarillas de golfas y calzonazos. Salimos disparados de esa gentuza a guarecernos al pub más cercano. Carlos nos comentó a tres amigos que planeaba conformar una agrupación de “artistas” libre asociados. Una especie de experiencia generacional e interdisciplinar. Me pareció una perogrullada. De esas idioteces estaba ya curado. Sin embargo, me alegraba verlo tan espléndido y atinado artísticamente hablando. Y, sí, la rubia que era su novia de entonces y las amigas de ésta ayudaron a comprometerme a acudir a la reunión fundacional. Para mi sorpresa, aquella noche me cambió la vida por esos juegos de azar del destino.

4. En uno de los últimos coletazos de El Yugo nos pedisteis (me incluyo como lector fiel y participativo desde la retroalimentación) una colección de preguntas para amamantar las siguientes entradas a base de responderlas. Recuerdo hablar contigo sobre la que envié y estabas deseoso de responderla. Trataba, como sabes, sobre la visión que nos merece la situación actual de la literatura verdaderamente válida; sobre qué rumbos está tomando y adónde va a llegar.

La literatura vive tiempos inciertos. No olvidemos que está hecha de individuos en un tiempo y espacio precisos. El contexto de éstos no es baladí. Para inducir cualquier crítica debiéramos ajustar el análisis a cuestiones tocantes: calidad/cantidad/densidad del mensaje esparcido por un emisor autista a un emisor desnortado. Generalizando, obviamente, el reparto de cartas y responsabilidades deja en muy mal lugar al mercado literario. ¡Y qué decir de los medios de comunicación!
A su vez, la literatura (y, sí, cualquier trabajo escrito con ínfulas de algo más que ser mero testamento de tinta o láser sobre un soporte dúctil en esos menesteres) vive, cual oruga con vocación de mariposa, tiempos de REevolución.
Precisamente estos días primeros de enero he releído 'Las bóvedas de acero' y 'El sol desnudo' de Isaac Asimov y, una vez más, acierta: la literatura se tocará, el lector interactuará. Algo parecido a un iPad o a esos paneles a lo 'Minority Report'. El deseo se renovará y la tecnología servirá para avivar esa llama de placer y necesidad que llamamos literatura.
Algunos pueden concluir que este ejemplo puede resultar una intromisión en el ejercicio lector; en mi opinión, desde lo que yo sé, todo lo contrario: enriquecerá el formato sin prostituir el hecho en sí.
Por ahí, ignorar el presente sería apuntar al futuro con la misma precisión de un anciano con alzheimer y párkinson.

5. Dejando de lado las premoniciones de cada uno sobre cómo resultará la polución de la tecnología en la literatura, ¿qué piensas respecto a los estilos que se están desarrollando hoy? Por supuesto cabe precisar que la pregunta apunta solamente a las cúpulas literarias. No en lo afamado de los autores sino en tanto a la calidad de la literatura producida. ¿Crees que, ante la inmensidad del vulgo desilustrado que humilla la literariedad, los verdaderos autores hodiernos se están refugiando en sí mismos?

Pues sí, en ellos y en otros cómplices del desconcierto. Cierto es que, entre ellos,  abundan modernos y vejestorios prematuros sin causa alguna para aferrarse al pan duro del crudo cual moneda corriente. Igual, no sé a qué se refieren con oficio o empleabilidad estos macarras de la moral políticamente correcta.
Empero, compañero, algunos nacimos para correr y, a nuestro pesar, aceptamos ese destino fino y preciso. Quizá, al final de la recta, sea mejor abandonar el fórmula uno en boxes y, en ayuno, rotular nuestra bandera pirata con un sincero y berlanguiano «¡Tengo miedo!» Tal vez nos pueda la obsesión por el escapismo y el circo. O, tal vez, no.
Ahora bien, dicho esto... ¡No confundamos lo que es habitual con lo que es normal! Todo depende del cristal con el que miras. Y, por añadidura, cualquier lector, más o menos leído y versado en el tiempo presente, sabe que el futuro será tecnológico o no será.
Finalmente, citaré a un prócer de la posmodernidad:
«Tu tiempo es limitado, no lo malgastes viviendo la vida de alguien distinto. No quedes atrapado en el dogma que es vivir como otros piensan que deberías. No dejes que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje para hacer lo que te dicen tu corazón y tu intuición». Steve Jobs.

6. Aunque muy diferentes, los dos llevamos varios proyectos dedicados a la literatura. ¿No crees, como creo yo, que verdaderamente se está dando una huida por parte de los verdaderos talentos comprometidos con la literariedad? Por supuesto, causada por las tendencidas pseudoliterarias actuales. Ya que ambos vivimos la experiencia de intentar reunir a esos talentos refugiados, ¿no te parece que es solamente en comunidad cuando de verdad afloran y por tanto es la manera de afrontar lo que está por venir?

Hay un maridaje evidente al abordaje: uno debe preservar su independencia haciendo eses a través de los intereses comerciales. Esto es, en síntesis, la sinrazón lógica de nuestros tiempos. Actúe cada cual en consecuencia. Ni que decir tiene que el individuo con aspiración de ser libre e, inclusive, ciudadano necesita aprender a lidiar con su comunidad. Y, en fin, ésta puede resultar un yugo en la ahorca o un paraíso artificial. Para mí, visualizando mi siguiente década en la Tierra, me tranquiliza el mantra de Sausalito como meta para mi jubilación dorada y, obviamente, la película Hook de Spielberg.

7. ¿Qué está por venir para Dani Vila en su compromiso y creación literarios?

Mentiría si dijera que no tengo calculado la siguiente jugada en el tablero. Tampoco respondería con la verdad por delante si, en mitad de este embrollo, me tirara el rollo evitando alguna frivolidad propia del payaso que soy por vocación electiva y familiar.
Por un lado, me intención sigue siendo firme: lustrarme los zapatos dando gato por liebre. Por otro, me gustaría enarbolar la bandera roída de millones de pares condenados a la marginalidad.
Tras estos dos comentarios juiciosamente chispeantes, ahora viene la confesión atroz: a mediados de abril pensé seriamente en ensayar un retiro largo y dichoso de la literatura (dicha ésta en minúscula). La verdad escora en los momentos más tópicos. Sospecho que en mi trópico vital no me venía satisfaciendo lo que hacía. Sé que suena brutal o banal. Sé que sabe a veleidad actuar en función al rodal del gusto. No espero que el público comprenda un centímetro cúbico de mi propia fusión nuclear. Perdí el interés y, lo que es aún más peligroso, dejé de preocuparme hasta de esa cosa que llamamos vida.
¿Resolví la movida? Sí. ¿Qué hay de la escritura? Entintada cual ciclón hambriento. ¿Algún presentimiento publicable? Supongo.
Porongo la vez: prolongar la memez de ciertos mecanismos fútiles son recomendables para la vejez dorada. Ahora, definitivamente, no.
Así que, respondiendo directamente a tu cuestión, he de resolver con la siguiente respuesta: mi compromiso para con la creación hoy vuelve a estar mirando hacia lo audiovisual. Con lo que tiene de fetal y nebuloso eso.
Y, sí, por supuesto, pienso todo el rato en Mississippi de Dylan.

8. Si me permites opinar, de todas tus empresas la que más evidencia ese compromiso valiente es Flaca. En Frente al baluarte ya hemos hablado de ello tanto contigo como con Jorge Solís. De la misma forma, ¿qué tiene pensado Flaca para este 2015?

Muy amable tu consideración. ¿Qué tenemos pensado? Demasiado. En el fondo, eso es todo y nada. Igual, sigan expectantes aunque les podremos defraudar.  No sé, ahora fuera de bromas, no puedo prometer lo que no sé.
Y, Ricardo, ¿sabes algo? Al fin y al cabo, todo esto que hemos venido cotorreando podría sintetizarse en el acertado epigrama tuitero de la mujer más inteligente que conocí en los últimos cinco años:
"No estamos en guerra, estamos teniendo un ataque de nervios." @bearebox.
Busca sus artículos. Especialmente buenos los que escribe en @madrilanea_abc.
¿Serías tan amable de dejarme enlazar uno de ellos?
«Hare Krishna, los monjes que cantan y bailan».
Autores hodiernos

domingo, 30 de noviembre de 2014

Entrevista a Óscar Carrera

La pasada semana publicábamos un fragmento de la nueva obra de Óscar Carrera, La prisión evanescente. Hoy recogemos una serie de preguntas que Óscar estuvo encantado de responder para nosotros por medio de Dani Vila.


1. Es un placer contar con Óscar Carrera en Frente al baluarte con motivo de la publicación de tu último libro, La prisión evanescente. ¿Qué puedes contarnos del mismo?
Pretendía ser una antología de cuentos que han ido apareciendo a lo largo de los años en diferentes blogs, recitales y publicaciones, con algunos bonus tracks diseminados por aquí y por allá. Al final descarté gran parte del material previo en pos de los inéditos, que ocupan más de dos tercios del libro.

2. ¿Por qué un libro de relatos?
Los chicos de Flaca Producciones me propusieron dos proyectos, uno de literatura y otro de ensayo, que está en camino. El relato fantástico ha sido mi mayor acercamiento a la literatura. No me crié en la novela, aunque he firmado una, sino con Arreola, Merino, Levrero, Borges… Creo, con este último, que su extensión se lleva mal con la transitoriedad de la existencia humana: no sólo la del lector, sino la del escritor se ve seriamente comprometida.

3. ¿Seguiste algún patrón selectivo a la hora de seleccionar estos relatos? ¿Sigues algún modelo para armar este libro?
Ninguno ha sido escrito expresamente para la ocasión (es más, hay un sueño y dos muestras –depuradas- de lo que fue escritura automática). Sin embargo, los seleccioné porque veo semejanzas y paralelismos en casi todos ellos. Los protagonistas se encuentran atrapados en situaciones, en persecuciones o lazos que siempre tienen algo de carcelario. El título de “La prisión evanescente” sugiere que no todas son de piedra y de alambre, también las hay de carne y hueso.

4. Tu estilo narrativo es energético y resulta estimulante en su lectura. Sospecho que esa agilidad técnica proviene de innumerables horas de trabajo. ¿Depuraste el estilo en función del género narrativo del relato?
Existen diversos enfoques estilísticos. Un par de historias se regodean, con una pizca de ironía, en el barroquismo léxico. Otra supone una peculiar aproximación a Dragones y Mazmorras. Una tercera, La quinta estación, contiene un entramado de miradas entre el narrador, el lector y los personajes. Diario de travesía es lo que indica su nombre, un diario, que evoluciona de la primera persona del singular a la tercera del plural en consonancia con el despertar espiritual de su redactor. En uno de los cuentos al lector se le permite mirar al personaje, pero desde lejos, no vaya a asustarlo.

5. Publicaste en este año con T&B Editores Malas hierbas. Historia del rock experimental  y ahora nos llega este libro de relatos. Dicha mescolanza de temática y género denota cierto virtuosismo. ¿En qué género te sientes como pez en el agua?
Ahora mismo te diría que en la fábula, que se diferencia del relato fantástico, a mi ver, en que trata de deshacer una ambigüedad que el otro debiera atesorar.

6. Es inevitable que cuando un autor hispano publica relatos se le pregunte por la figura de Cortázar. ¿Cómo valoras ésta?
Tal vez habría que separar en Cortázar la eterna pulsión de lo fantástico de ciertas ideas recibidas, estéticas y políticas, de su tiempo y lugar. Creo que cuando predomina la primera demuestra ser uno de los mejores cuentistas de la literatura universal; cuando lo hacen las segundas, como sucede en sus novelas, su interés decrece.

7. ¿Estás más cerca de Borges o Vila-Matas?
De Borges, tanto en lo literario como en lo personal. Fue mi señor padre, gran connaisseur de su obra, quien me inculcó su universo. Tuvo la clarividencia de reescribir La biblioteca de Babel conmutando “la Biblioteca” por “la Red” en los comienzos de Internet. Las predicciones resultantes se han ido cumpliendo con el paso de los años.

8. Los andaluces soléis estar tocados por una varita de creatividad popular importante. ¿Ayuda o resta ese barroquismo genético?
Sin duda ayuda, aunque además de la influencia telúrica me considero hijo de una generación que hizo de Jerez de la Frontera la meca universal del surrealismo castizo. El acto metafórico, las pintadas poéticas, los disfraces cutres, todo ello estaba a la orden del día. Pero ya pasó. He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por un teléfono móvil.

9. ¿Estás satisfecho con el resultado final del libro? ¿Qué lector tipo crees que podría acercarse a él?
Estoy muy satisfecho con la edición. En cuanto al lector-tipo, cuando me fui a vivir a Sevilla puse carteles por toda la ciudad que decían: “Ermitaño estepario busca dementes, poetas, filósofos o soñadores para compartir piso”. Mis principios no han cambiado.

10. ¿Podrías adelantarnos próximos proyectos?
El verano pasado fui a Galicia en calidad de etnógrafo amateur. Eso y unas cuantas lecturas van dando forma a un volumen sobre folclore religioso. Trabajo también en un pequeño tratado político, un diccionario del diablo y un compendio de fábulas y aforismos.


Autores hodiernos

domingo, 16 de noviembre de 2014

Óscar Carrera, “Otro paseo”

Cuando salió de la caja se encontró en un paisaje plácido y bucólico, que parecería acogedor de no haber sido teñido por alienígenas, o eso fue lo primero que se vino a la cabeza.
Tenía la impresión de que no conocía los colores. No lo entendía bien, era como si fluctuaran y ondularan, como si estuvieran lejos, tras un velo. Un sol gélido alumbraba sobre las cosas unas tonalidades que no guardaban semejanzas con las de su recuerdo. A ratos casi incurrían en gamas conocidas, para de pronto volver a sumirse en otra oleada irisada.
No cabía en sí de asombro, rodeada de pigmentos incomprensibles; acaso, pensó, se debía a su vista, largo tiempo atrofiada dentro de la caja. Empezó a pasear, temerosa de quedarse quieta.
Los objetos parecían deformados. A la vera del estrecho sendero un reloj alto parecía cabizbajo, los árboles se doblaban de forma poco natural, apoyándose los unos en los otros con pesadumbre, los bancos aullaban desde lo profundo de la piedra. Era como si todo estuviera sumido en una honda aflicción, o eso pensó ella. No sentía el más leve viento, ni captaba el menor movimiento, salvo unas sombras en el cielo que sospechó eran pájaros.
Mientras miraba todas estas cosas intentaba traer a su mente las palabras con que solía designarlas. No le salía ninguna. Las tenía en la punta de la lengua, pero nunca terminaba de acordarse. Fue entonces cuando sospechó que había olvidado todos los Nombres. Sabía que todo lo que se le cruzaba, el reloj, los árboles, los montículos, lo había visto antes, bajo otras formas, en otros lugares, pero no recordaba cómo los había llamado. Se sintió como una intrusa ante la idea de que nada de lo que viera sería suyo, o peor aún, que no podría llamar a nadie. Se sintió en el centro de un abismo, un abismo de brumas irisadas, como si el mundo estuviera tras ellas y sólo le llegara distorsionado, inefable, extravagante y abatido. Le sobrevino una tristeza remota, una tristeza de eones.
Y pensó entonces, pensó sin palabras, que no tenía otra cosa que hacer que seguir andando, sin perspectiva de parar o de encontrar un sitio en el que establecerse, caminando para siempre.
Porque aun eso, por supuesto, era mil veces mejor que volver a la caja, todo era mejor que volver a la caja, cualquier cosa, y se iba diciendo esto una y otra vez mientras andaba descalza sobre la hierba húmeda del rocío, entre las lápidas.


Autores hodiernos

miércoles, 8 de octubre de 2014

[RADIO] Programa 16, «Monotemático: novela gótica y de terror»

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 Por fin el programa de Frente al baluarte está de vuelta y junto a él viene un nuevo formato: el monotemático. Ya al final de la temporada anterior, terminada prematuramente, adelantábamos esta estructura de programa hablando sobre la novela negra (que ocupará el próximo programa) y sobre Joaquín Sabina.

 Edgar Allan Poe fue el escritor que sirvió como origen al género, por lo que lo más indicado era comenzar por él. Después lo siguió su mayor discípulo, H. P. Lovecraft. También fue tratado Henry James y su obra cumbre, Otra vuelta de tuerca. 
 Por supuesto, para terminar el monotemático, Bram Stoker y Drácula fueron repasados y analizados, así como sus principales descendientes.

  Después, antes de las novelas laxas, fue estrenada la nueva sección de recomendaciones.


miércoles, 9 de julio de 2014

Manuel Machado, “Verano”

Frutales
cargados.
Dorados
trigales...

Cristales
ahumados.
Quemados
jarales...

Umbría
sequía,
solano...

Paleta
completa:
verano.
Fotografía de Manuel Machado