jueves, 3 de julio de 2014

Juan Ramón Jiménez, “Rosas de cada día”

Nacía, gris, la luna, y Beethoven lloraba,
bajo la mano blanca, en el piano de ella...
En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de la luna, era tres veces bella.

Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón, y acaso llorábamos sin vernos...
Cada nota encendía una herida de amores...
-El dulce piano intentaba comprendernos.-

Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de mundos invisibles...
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le respondía de cosas imposibles...
Fotografía de Juan Ramón Jiménez

domingo, 12 de enero de 2014

Juan Ramón Jiménez, “El viaje definitivo”

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando, 
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado
mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
Fotografía de Juan Ramón Jiménez

viernes, 25 de octubre de 2013

Juan Ramón Jiménez, “Ida de otoño”

Por un camino de oro van los mirlos... ¿Adónde?
Por un camino de oro van las rosas... ¿Adónde?
Por un camino de oro voy... 
¿Adónde,
otoño? ¿Adónde, pájaros y flores?
Fotografía de Juan Ramón Jiménez

domingo, 6 de octubre de 2013

Juan Ramón Jiménez, “La canción de la carne”

Las moradas sombras de la tarde muerta
por el hondo valle lentas resbalaban...;
la selva sombría
se quedó en silencio, triste y solitaria...;
cortando con lumbre las siluetas largas, largas y espectrales
de los negros árboles,
asomó la Luna por el alto monte su faz tersa y pálida...

Un suspiro lúbrico
estremeció el bosque triste y solitario...;
resonaron luego frescas carcajadas...;
y entre los ramajes de hojas cristalinas,
surgieron desnudas, radiantes y blancas,
hermosas bacantes
que al beso plateado de la Luna tersa, de la Luna pálida,
parecían vivientes estatuas de nieve,
parecían estatuas
de marmóreos pechos, de muslos pentélicos,
de espaldas turgentes, ebúrneas y albas...

Se enlazaron todas en abrazo ardiente,
y al compás sonoro de sus carcajadas,
en un loco vértigo febril e incitante
giraron lascivas en lasciva danza...

Cesó el torbellino...
Una blonda niña de pupilas verdes y cabellos de oro,
de incipientes pechos y caderas lánguidas,
balancearon el cuerpo con ondulaciones tiernas, voluptuosas,
entornando triste los húmedos ojos,
alzó una canturia de cadencias báquicas...

Todas las bacantes,
balanceando el cuerpo con ondulaciones tiernas, voluptuosas,
entornando tristes los húmedos ojos,
con suspiros hondos la canturia báquica de la rubia niña, locas corëaban...

Cantaba la niña:

«La Carne es sublime, — la Carne es sublime:
la Carne mitiga los cruentos Martirios de la Vida humana...
Son sus esplendores
soles frebricientes
que alumbran la Senda,
la angustiosa Senda
de los sufrimientos y de las Desgracias...
En las largas Horas,
en las largas Horas de recuerdos fríos y horribles nostalgias,
en que el pobre Mártir,
en que el pobre Esclavo consume las hieles de la Lucha amarga;
cuando los Desprecios, las Ingratitudes, los Amores falsos,
desbordan el rojo Lago de las lágrimas;
cuando los Pesares
destrozan el Alma,
la Carne es un dulce consuelo, es un bálsamo,
que con sus turgencias, que con sus morbideces y con sus fragancias,
en espasmos rientes,
trae un noble olvido de la triste Alma;
trae un goce al cuerpo,
y bebe la sangre, y la herida cierra, y enjuga las lágrimas...»

«La Carne es sublime:
la Carne mitiga los cruentos Martirios de la Vida humana...
El Día más grande de la Vida lúgubre,
es el rojo día de la Desposada,
de la pura virgen
que en delirios locos gozará una dicha lujuriosa y lánguida...:
el Placer ignoto
que entre el blanco velo y los azahares ve la virgen cándida,
es una Diadema de áureos resplandores
que ciñe la frente de los Sufrimientos y de las Desgracias...;
cuando el noble amado,
la cerrada verja del jardín de goces abre enardecido,
cuando el noble amado la helada Inocencia de la virgen rasga,
una Aurora ríe en los cielos verdes de las Ilusiones,
y es la Vida un Sueño de hermosas visiones enloquecedoras;
la Vida es dichosa, la Vida sonríe, suspira la Vida y la Vida canta...»

«En aquel Ensueño
de la niña ardiente,
de la niña ardiente que siente en sus venas la sangre inflamada:
en aquel Ensueño que lleva en sus brumas
brazos amorosos y lechos nupciales y fusión hirviente de cuerpos y almas,
la Carne es el ángel
que bate sus alas...»

«La carne es la gloria,
la Carne es el cielo de las Esperanzas;
aumenta alegrías,
endulza nostalgias,
y hace que se olviden los negros Pesares,
y hace que no duela la Espina del Alma...
Como a única reina, ciñámosle alegres,
de flores y risas y aromas y cantos eternal guirnalda...
Löor a la Carne,
que al arder mitiga los cruentos martirios de la Vida humana...»

Se calló la niña...
Tejió una corona de myrthos y rosas y lirios y palmas,
y ciñó su frente
y adornó sus pechos y adornó su vientre y adornó sus piernas y adornó su espalda...

Las locas bacantes
se enlazaron todas en abrazo ardiente,
y al compás sonoro de sus carcajadas,
en un raudo vértigo febril e incitante
giraron lascivas en lasciva danza...;
y entre los ramajes de hojas cristalinas
huyeron desnudas, radiantes y blancas...

...Y entre los ramajes de hojas cristalinas,
a el beso plateado de la Luna tersa, a veces brillaban
cual estatuas níveas...
hasta que en la agreste selva se perdieron...
y la selva agreste se quedó de nuevo muda y solitaria...

...Sólo allá a lo lejos... muy lejos... muy lejos...,
débiles sonaban
quejas ardorosas, intensos suspiros, sollozos extraños,
frescas carcajadas.

Y de vez en cuando,
venïa en las brisas la voz de la niña
que alzaba embriagada la canturia hermosa de cadencias báquicas...

...De pronto, cruzaron los Espacios mudos,
de lúgubres cuervos lúgubres bandadas,
que con fugaz vuelo
graznando seguían a tierna paloma,
cuyas plumas blancas,
de gotas de sangre
iban salpicadas...
Fotografía de Juan Ramón Jiménez

domingo, 1 de septiembre de 2013

Juan Ramón Jiménez, “Titánica”

Formado por sus lágrimas,
con márgenes de espinas,
un lago guarda el hombre,
el largo turbulento del Dolor...;
si angustias y recuerdos conmueven sus entrañas,
si el negro sufrimiento,
cual nube tormentosa de un cielo obscuro y frío,
con gotas ardorosas sus olas agiganta,
se sale de sus márgenes en honda convulsión...

El llanto hirviente, entonces, derrámase a raudales,
con lúgubres canciones
de trenos y sollozos,
mezclado con la sangre,
mezclado con la sangre que arrojó,
en luchas espantosas,
en luchas desiguales el noble Corazón...

... Y el cuerpo ya no puede
guardar entre sus bordes
el llanto venenoso,
el llanto que el Martirio acumuló...
¡Ah! y si los tristes ojos
se niegan a verterlo,
rugiendo se derrama en el doliente Espíritu
cual lava calcinada,
cual chispas de un incendio,
como acerada punta de un arpón...

¡Qué llanto más horrible
el llanto convulsivo del lago del Dolor!
¡Qué llanto más amargo
el que se bebe el Alma,
el que aniquila el cuerpo y mata el Corazón!
¡El llanto que no espera
con suelo que lo enjugue...
que cae entre las sombras en el sangriento cáliz,
de una marchita Flor...!

¡Qué lágrimas, qué lágrimas,
aquellas que el Espíritu,
del fúnebre Martirio en los palacios,
sarcástico apuró,
como alacrán soberbio,
que al verse aprisionado,
se ríe de la Muerte, desprecia a sus verdugos
y en sus entrañas hunde su aguijón...!
Fotografía de Juan Ramón Jiménez

domingo, 25 de agosto de 2013

Juan Ramón Jiménez, “Platero y yo, capítulo II: Mariposas blancas”

   La noche cae, brumosa ya y morada. Vagas claridades malvas y verdes perduran tras la torre de la iglesia. El camino sube, lleno de sombras, de campanillas, de fragancia de hierba, de canciones, de cansancio y de anhelo.
   De pronto, un hombre oscuro, con una gorra y un pincho, roja un instante la cara fea por la luz del cigarro, baja a nosotros de una casucha miserable, perdida entre sacas de carbón. Platero se amedrenta.
   —¿Ve algo?
   —Vea usted... Mariposas blancas...
   El hombre quiere clavar su pincho de hierro en el seroncillo, y no lo evito. Abrió la alforja y él no ve nada. Y el alimento ideal pasa, libre y cándido, sin pagar su tributo a los Consumos...

Fotografía de Juan Ramón Jiménez