sábado, 25 de mayo de 2013

Gustavo Adolfo Bécquer, Rima LXXI

No dormía: vagaba en ese limbo 
en que cambian de forma los objetos, 
misteriosos espacios que separan 
la vigilia del sueño.

Las ideas que en ronda silenciosa 
daban vueltas en torno a mi cerebro, 
poco a poco en su danza se movían 
con un compás más lento.

De la luz que entra al alma por los ojos 
los párpados velaban el reflejo; 
mas otra luz el mundo de visiones 
alumbraba por dentro.

En este punto resonó en mi oído 
un rumor semejante al que en el templo 
vaga confuso al terminar los fieles 
con un Amén sus rezos.

Y oí como una voz delgada y triste 
que por mi nombre me llamó a lo lejos, 
¡y sentí olor de cirios apagados, 
de humedad y de incienso!

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Entró la noche y del olvido en brazos 
caí cual piedra en su profundo seno. 
Dormí y al despertar exclamé: —¡Alguno 
que yo quería ha muerto!

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