miércoles, 21 de agosto de 2013

Reseña: “Los jardines de la luna (Malaz: el libro de los caídos, I)”




 Una saga desconocida de literatura fantástica, sí, pero no se asusten. Esta no es la saga de literatura fantástica típica que nace en el trigésimo séptimo escalón de la esencia degenerada y ya difusa de lo que un día aciago escribiese Tolkien. Aquí no hay elfos picudos con arcos, con Escandinavia en el corazón, ni enanos rocosos. Ni dragones prototípicos que lanzan fuego aleatoriamente. Lo que hay aquí es muy diferente y, sobre todo, mucho más rico y fresco...

   Steven Erikson se presenta en el prólogo como un escritor ambicioso que no pretende imantar cientos y cientos de lectores adictos a los tonos del bestseller. Todo lo contrario; repudia al lector sin inquietudes y lo manda a tomar vientos, asegurándole que antes de la primera centena de páginas, habrá abandonado el libro. Lo hace dejando una polémica frase que incita a pensar en la escritura de G. R. R. Martin:
 Los jardines es lo que es. No planeo revisarlo. No sé ni por dónde empezaría.
 Mejor, creo, ofrecer a los lectores una decisión rápida sobre esta serie, justo ahí, en el primer tercio de la primera novela, que jugar con ellos durante cinco o seis libros antes de que abandonen asqueados, aburridos o lo que sea. Quizá desde una perspec­tiva de ventas esta última opción sea preferible, por lo menos a corto plazo. Pero gracias a Dios, mis editores saben perfectamente que lo barato sale caro.
  Y es que, como ya he comentado en mis anteriores artículos sobre Malaz, el libro rompe con la eterna directriz que hace a los escritores de fantasía explicar todo lo explicable; obligar al lector a ir sobre sus raíles; mirarle mal porque el segundo botón de la chaqueta de un personaje era azul, ¡y no verde como él lo había creado!
  Malaz se aleja de eso, igual que Erikson confiesa haberse alejado de Tolkien en su juventud. Malaz presenta un prólogo que asusta de genial y deja a uno patidifuso, pero que aparece ya en medio de una acción y no explica nada. «Ya lo explicarán», tiende uno a pensar. Y se equivoca, porque el primer capítulo no se rebaja a resolver lo que el prólogo dejó abierto, y ya el segundo ata al lector que ambiciona originalidad y letras decentes (buenas letras casi ya no quedan), apareciendo de repente en la postrimería de una batalla, en la calma terrible que deja después.
  Aparece un sistema de magia regido por sendas, que primero da la sensación de ser un concepto abstracto para definir las corrientes de energía, pero más adelante termina por revelarse literal: sendas físicas, tangibles, por las cuales los magos pueden incluso recorrer grandes distancias en, si se me permite, una especie de viaje astral, y en las que viven los dioses. ¡Ay, los dioses! Son otra de las inabarcables torres que atesora Malaz: los dioses son mortales y se pelean entre ellos por y para la gente, de forma que a quien esté, como yo, agotado y absorbido por la literatura fantástica rancia de la que hablaba al principio, simplemente enamorará. Sobre todo, apuesto por el carisma que irradia la entidad denominada Oponn, el dios (los dioses) de la fortuna; dos hermanos (hermano escorado hacia un extremo de la fortuna y hermana, de pícara sonrisa, hacia el otro) representados al más puro estilo del joker de una baraja y con un peso fuerte en la trama.
   Hablando de barajas..., es importante mencionar el sistema de lectura de cartas, que me gustaría descubrir de qué inescrutable lugar lo ha sacado Steven Erikson. Como si de un tarot se tratase, la cartomancia de Malaz consiste en una baraja con cartas para representar a los Ascendientes (dioses) y otras entidades sobrehumanas, que barajada y mostrada carta a carta descubre las vicisitudes que las veleidades/deidades de este mundo verterán sobre el lector de la baraja (un don de difícil estudio y avance), permitiendo al propio lector plantarse según su interpretación de la disposición de las cartas, que, por cierto, aparecen con diferente aspecto según lo que vaya a acaecerle al virtuoso de la cartomancia.
   Sobre el avance del libro... diré solamente que se mantiene a un nivel constante (muy pulcro, desde mi punto de vista encandilado) hasta las últimas cien o doscientas páginas, que eclosionan la trama de forma demasiado acelerada, casi vertiginosa. Hecho mucho más tiznado de negro a causa de no permitir disfrutar lo suficiente de un enorme personaje que lleva medio libro rebullendo y que aparece tan poderoso como cualquiera de los dioses (el capítulo que lo ve nacer es una de las mejores andanadas de páginas de este género que he tenido el deleite de leer), pero dura tres ratos de lectura, como mucho.
  Y sí, el libro está casi bien escrito. Además, aseguran que el siguiente tomo da un salto abismal en la escritura (aunque no suelo fiarme del criterio de literariedad que tiene la gente, y menos la gente hodierna que pulula por Internet).
  Sin seguir escupiendo párrafos, rogaré al lector elitista y con criterio que, si en algún momento ha de acercarse a la literatura fantástica fuera de las tierras baldías de El señor de los anillos, lo haga mediante esta primera parte de una saga que emerge portentosa y mucho mejor escrita que la literatura fantástica esencial.





RGV.

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