sábado, 20 de abril de 2013

Malaz: el libro de los caídos (V)

  Me he obligado a releer el primer “sublibro” de Los jardines de la Luna (que está dividido en prólogo, siete libros y epílogo) inmediatamente tras llegar a la página 140, donde termina. Ahora que creo tener cierto conocimiento sobre las raíces de ese mundo y sus visicitudes, cada página me muestra un sentido escondido que en la primera lectura no pude entender.
  Incluso sabiendo ya qué voy a leer, me sigue asombrando la potencia con la que las escenas se superponen y mueren, y cómo uno, en la primera lectura, avanza entre los párrafos sabiendo que se está dejando en el camino miles de hebras de la verdadera trama y, sin embargo, sigue encantado de lo que lee.

  Una de las mejores armas de Erikson, creo entender, es el bombardero. Y tiene una andanada infinita de ellos que su ambición dispara hacia estas primeras “ciento y pico” páginas de Malaz. Salen personajes de la nada, de un camino que (maldito sea) hace un instante estaba vacío. El mejor ejemplo de esta metáfora que me he permitido, precisamente borra la metáfora, pues ocurre eso tal cual. Y es lo que esta imagen muestra:




  El tal Topper ha entrado en escena sólo algunos párrafos antes. Paran se dejaba llevar exhausto en su caballo a través de un camino vacío cuando de repente se encuentra ante él una figura que “tenía la cara alargada, la piel entre blanca y gris, los ojos oscuros y extrañamente angulosos.”. Su personalidad secunda que este personaje no va a situarse entre los más normales, y lo que ocurre después con él, menos aún...

RGV.

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